Desde 2010 practico el collage como una forma de arte, pero también como una forma de pensamiento. Durante años me atrajo su capacidad de reunir fragmentos diversos —texturas, imágenes, palabras, objetos— en una unidad nueva, inesperada. Sin embargo, fue en 2020, en plena cuarentena, cuando experimenté un momento de revelación: “¡El collage soy yo!”. Aquello que hasta entonces había considerado una técnica se reveló como un espejo. Comprendí que el collage no era solo lo que hacía, sino la manera en que estaba hecho mi propio ser.

A partir de ese instante, comencé a mirar mi vida como un collage en sí mismo: una acumulación de fragmentos, de encuentros, pérdidas, recuerdos, gestos mínimos, intuiciones, vínculos, rupturas y reconstrucciones. No hay una línea recta, sino una constelación de instantes que cobran sentido al ser dispuestos con intención. Y así llego hoy a afirmar: la vida es un collage de instantes.

Mi práctica artística explora esa idea: que el tiempo no es lineal sino superpuesto; que la identidad no es fija sino en permanente recomposición; que la belleza puede surgir de lo roto, de lo desechado, de lo oculto. Trabajo con materiales encontrados, imágenes rescatadas, papeles que otros descartaron, buscando darles una segunda vida, como símbolo del poder transformador del arte y de la mirada.

Mi obra es tanto un archivo emocional como un campo de juego visual. Cada collage es una huella del instante vivido, una apuesta a que el caos puede contener armonía, y que el azar, cuando es guiado por una mirada atenta, puede revelar verdades profundas.